EL REGRESO

LA EMBARCACIÓN ARRIBÓ a la playa y los cinco hombres, exhaustos, encorvados, de aspecto envejecido pero aún con vigor, desembarcaron. Arrodillados sobre la fina arena lloraban. El que parecía comandar la tripulación elevó sus brazos al cielo y dando gracias a los dioses exclamó: Por fin de regreso a nuestra tierra”.
Corría el año de 2013 y Magón y sus hombres habían estado ausentes, navegando, prisioneros y combatiendo en mil batallas, desde el ya lejano año 210 antes de esta era en que abandonaron su tierra.
Nada había cambiado en todo este tiempo para Magón y sus hombres: el puerto, sus calles, los vendedores ambulantes y los perros correteando y mordisqueando aquí y allá...
Junto a la cerca de su casa, Magón vio a una mujer alta y delgada, con el pelo recogido bajo un pañuelo por donde escapaban algunos mechones grises.
No dudó. Era ella. Pronunció su nombre e Ivlia volvió la cabeza. Sus miradas se encontraron. Cuando estuvieron uno al lado del otro se fundieron en un interminable abrazo. Y así permanecieron años, siglos, tal vez, y después todo cambió. La gente los miraba extrañados, como si estuvieran interpretando una obra teatral. Ellos tampoco comprendían nada de lo que les rodeaba: avenidas anchas asfaltadas, altos edificios, gentes transitando con extraña indumentaria; artefactos circulando a gran velocidad por calles y avenidas. Todo les resultaba absolutamente desconocido.
Solo a Ulises, el perro, no le extrañaba nada.

Juan Tena

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