ELEGÍA A LA NIÑA LARA
Apenas la mañana levantaba
luz del gris roquedal en la colina,
ya en el valle el tumulto de la muerte,
ansia, grito y dolor el pecho ahonda.
La lluvia ciega el cielo en oleadas,
anegando los campos y los mares,
borrándose senderos y mojones,
hasta ocultar la voz del centinela.
Embriagador aroma de tahona,
se giraba en el aire y sus cobijos,
creciendo de ansiedad los corazones,
para colmar las flores entreabiertas.
Mariposas inquietas deambulaban,
codiciosas de agrados y de panes,
rauda y fugaz queriendo andar sin sombra,
la mano que te aferra se desata.
Espantajo de muerte se te cuela,
por rendijas de ropas y de carnes,
abriéndose camino a sacudidas,
vencedora del celo e inclemente.
El triscar del arroyo quedó roto,
varado bajo el peso del ingenio,
y tu risa y tu baile se cegaron,
de rojo carmesí se ahogó tu alma.
¿Quién pudo imaginar tal desaliento?
¿Quién no guardó la casa con afán?
¿Quién hacia el cielo grita suplicante,
desgarrada la voz y el gesto fiero?
No me desnuda el aire de tu boca,
ni el rumor de tus voces en la plaza,
ni tu sombra menuda en la trastienda,
se posan ya para aliviar mi hastío.
Es el dolor tan hondo y tan extenso
que cada pulso expande mi agonía,
envolviéndome en un halo de mortaja,
queriendo acompañarte en tu viaje.
Preguntan hoy los tilos del recreo,
negros, inmensos con su pena de árbol,
si el ritmo del bordón de tu melena,
se llevará su aroma y su lamento.
El aula de paredes desconchadas,
retiene de los muertos el letargo,
sereno, reposado y anhelante,
suspendidas estampas de recuerdos.
Color del luto pintaré mi casa,
y en el rincón de juegos de la alcoba,
las marionetas dejarán despacio,
a que les nombre un eco de guitarra.
De oro y marfil las manos del Barquero,
llenaré con codicia de avariento,
con dos monedas sellaré tus ojos,
y aguardaré en la orilla tu regreso.
Nunca alabaré al Dios que te reclama,
ansioso y exigente de alimentos;
como animal voraz, bestial amante,
te priva del amor y del deseo.
Voy a preñar de rosas la ladera
y todos los recodos de la sierra;
de mirto, de azahar y hierbabuena,
voy a sembrar la senda hasta tu casa.
Porque tengo que olerte a cada instante,
y en cada respirar hacerte mía,
porque industriosa tienes que mostrarme,
a recordarte hasta acabar mis días.
Luis Villano. El Arenal. Abril 2008
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